Posted: 05 Sep 2015 08:29 AM PDT
El escritor Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) –uno de los mejores historiadores de la Antigua Roma– narró el origen de la ciudad eterna en los cuarenta y dos libros de su obra cumbre Ab urbe condita [Historia de Roma]; desde la legendaria fundación de la capital de los césares en el 753 a.C. hasta la muerte del hijo adoptivo de Augusto, Druso, en el año 9 a.C.
En el libro I, el autor paduano reprodujo la conocida tradición de que el agua [del río Tíber], al ser de poco nivel, depositó en seco la canastilla a la deriva en que habían sido colocados los niños [en referencia a Rómulo y Remo],una loba, que había salido de los montes circundantes para calmar su sed, volvió sus pasos hacia los vagidos infantiles; que se abajó y ofreció sus mamas a los niños, amansada hasta tal punto que la encontró lamiéndolos el mayoral del ganado del rey –dicen que se llamaba Fáustulo–, y que él mismo los llevó a los establos y los encomendó a su mujer Larentia, al prostituir su cuerpo, fue llamada “loba” por los pastores y que esto die pie a la leyenda maravillosa.
Los jóvenes hermanos, al descubrir su verdadero linaje –eran nietos del destronado rey de Alba Longa, Númitor– decidieron fundar una ciudad en el lugar en que habían sido abandonados y criados; pero pronto vino a incidir un mal ancestral: la ambición de poder, y a partir de un proyecto asaz pacífico se generó un conflicto criminal. Como al ser gemelos ni siquiera el reconocimiento del derecho de primogenitura podía decidir a favor de uno de ellos, a fin de que los dioses tutelares del lugar designasen por medios de augurios al que daría su nombre a la nueva ciudad y al que mandaría en ella una vez fundada, escogen, Rómulo, el Palatino y, Remo, el Aventino como lugares para tomar los augurios.
El signo de la buena ventura consistió en contar el número de buitres que sobrevolaban ambas colinas: Remo vio seis ejemplares mientras que su hermano encontró doce. Los partidarios de cada rey aclamaron a su candidato, reclamando el trono en su nombre: uno por prioridad temporal, ya que Remo fue el primero que interpretó el vuelo de las aves; y otro por cantidad, porque Rómulo avistó el doble de carroñeros. La pasión de la pugna –continúa la narración de Tito Livio [Historia de Roma. Madrid: Gredos, 2000, pp. 14-17]– da paso a una lucha a muerte (…) Remo, para burlarse de su hermano, saltó las nuevas murallas y, acto seguido, Rómulo, enfurecido, lo mató a la vez que lo increpaba con estas palabras: “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas”.
De este modo, el gemelo superviviente se hizo con el poder en solitario y la ciudad recibió su nombre: Roma; gobernó durante casi cuatro décadas, dividió al pueblo en patricios y plebeyos, creó el Senado y raptó a las famosas sabinas.
En esta tradición –más literaria que histórica– una disputa entre ambos hermanos acabó con la muerte de Remo a manos de Rómulo [ROLDÁN, J.M. Historia de Roma. Madrid: Cátedra, 1981, p. 46]; convirtiéndose, con el permiso de Caín y Abel, en uno de los fratricidios más famosos de todos los tiempos.
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