Posted: 14 Sep 2015 01:11 AM PDT
Hace más de 50 años, una filósofa alemana escribió un libro que planteó un nuevo paradigma para occidente acerca de la percepción del mal. Hannah Arendt, quien fue enviada por la revista The New Yorker a Israel para cubrir uno de los juicios más controversiales del siglo pasado: el juicio de Adolf Eichmann, se encontró con una paradoja, que sólo ella con su excelente capacidad de análisis fue capaz de plasmar. Su libro “La banalidad del mal” reformó la percepción, de lo que hasta ese momento se creía sobre una persona que era considerada mala.
Ciertamente la segunda guerra mundial, conmociono al mundo cuando se dio a conocer la crueldad y el sadismo con el que fueron asesinadas millones de personas por el régimen Nazi. Sin embargo lo que la filósofa percibió al asistir al juicio del Eichmann, no fue más que una persona normal bajo las órdenes de un sistema totalitario. Pero su expresión la banalidad del mal, no refiere a que el mal sea banal, algo superfluo o simplemente un acto que no tiene mayor trascendencia, más bien indica la minúscula posición de la existencia humana.
El mal es algo tan humano como lo es la bondad, no somos más que una pequeña existencia rodeada de otras pequeñas existencias. Si bien nuestros actos son lo que nos definen y a su vez, éstos, lo que trascienden o no, nosotros no somos más que ejecutores. El que un acto nos defina no implica que permaneceremos bajo esa definición, ya que la existencia es una constante realización de actos u omisiones, lo que nos vuelve entes en cambio constante, es decir, no vamos a poseer una definición permanente, aunque el mal pueda tener la capacidad de perdurar más en la memoria de los hombres; uno puede ser bueno hoy y malo mañana; y así nos vamos definiendo a nosotros mismos a través de eso que hacemos, que si bien es cierto que a lo largo de nuestra existencia nos encontramos en un cambio constante, llega un punto en el que empezamos a ser conscientes de qué somos. Pero lo que da trascendencia a nuestros actos es el otro, de aquí la máxima de Sartre “el existencialismo es un humanismo” pues nuestra existencia, va ligada innegablemente al otro que no soy yo y sólo él puede definir la naturalidad de mi acto. La otredad es la encargada de fijar el mal y el bien.
Obviamente este proceso no es simple ni rápido y a lo largo de la existencia humana se ha transformado el bien y el mal. Alessandro Baratta en su libro “Criminología crítica y crítica al Derecho Penal” menciona que un delito se estipula como tal, cuando una acción u omisión realizada por un sujeto causa incomodidad, irritación, enojo, descontento en un sector de la población, un ejemplo claro de esto, es la actual protección que brinda la ley hacia los animales.
A lo largo de la existencia humana siempre ha habido actos que se consideran buenos o malos, pero no es el tiempo el que ha establecido esta clasificación, han sido las sociedades. El mal no es más que una expresión de nuestra simple humanidad. Hasta este punto no sé si haya quedado claro que el mal es simplemente la ejecución de un acto que carece de importancia sin la otredad y que aquel que comete el acto no es más que un humano, no es más ni menos, es un humano como todos nosotros. Debe quedar bien establecido que nuestra condición de existencia en este mundo es minúscula, somos un pequeño granito de arena en una extensa playa que llamamos universo. No es la banalidad del mal, es la banalidad del humano que comete el mal.
Por lo consiguiente podemos pasar a la siguiente afirmación: el criminal es un humano. Un humano que un momento y tiempo determinado se ha definido ante la sociedad como un criminal por su o sus actos. Pero eso no le quita la condición de humanidad. El criminal es un Ser, es un humano como todos nosotros, expuesto a ciertas situaciones que lo han hecho como es. De aquí que Sartre dijera: “un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. El criminal es una existencia que se ha consolidado como tal a través de las decisiones y los actos que los otros han realizado y que de alguna manera han influido sobre lo que es: “un criminal es lo que hace, con lo que la sociedad hizo de él”.
Desde la postura humanista que aborda Sartre, queda claro que nuestra existencia como seres repercute en los otros, somos entes sociales. La repercusión puede ser directa o indirecta, pero siempre es comunicativa, depende la interpretación de cada uno, como es que esta repercusión nos afecte o nos beneficie. Un criminal comunica a través de su acto, un criminal es el ser-negado que grita, se expresa por medio del crimen. Un humano criminal es aquel segregado que se hace a él mismo por la influencia de un entorno. El Ser es un pro-yecto y un criminal lo mismo. No hay algo que nos haga malos por naturaleza o buenos, aunque diversos estudios lo afirmen, un criminal es la construcción que él hace de él, como Ser arrojado a un mundo, como Ser libre y consciente.
El crimen es un discurso que pretende hablar a través de un acto, es la comunicación máxima que refleja la situación del criminal. Cuando una persona roba, expresa una necesidad, la satisfacción de un deseo o por mero goce, sea cual sea, nos está diciendo algo. Cuando un sicario mutila o descuartiza a otra persona nos está expresando su dominio, su poder, su aparente superioridad. La esencia de un criminal es el acto que comete, su existencia es la misma que todos: humana. Entonces ¿el crimen es la situación que está detrás del criminal o es su esencia? Es las dos, por una parte hay detrás de él, una serie de eventos y de otros que lo han llevado a estructurarse como criminal, por otro lado a lo largo de esas situaciones, eventos o personas, forjó su esencia.
El criminal, en principio es un ser-para-sí, pues es el hombre que se hace a sí mismo, pero para que lleve a cabo su crimen necesita del otro y es cuando el criminal es unser-para-otro y es aquí donde su discurso lleva a cabo su papel comunicativo: “yo robo, yo mato, yo violo, porque con eso que hago quiero decir algo, es mi manera de hacerme escuchar”. Pero el acto criminal es solamente eso, un acto, un ejercicio de poder, es el acto el que lleva intrínsecamente la crueldad y el sadismo o la bondad y el altruismo, el que lo lleva a cabo es solamente un humano.
La existencia no confiere ningún tipo de poder, es lo que hacemos con nuestros actos lo que ejerce el poder. Entonces el crimen también es humanismo, aunque nos cueste aceptarlo, porque repercute en los otros. Y los otros a su vez se formarán a través del crimen. No hay existencia criminal, porque somos existentes, como lo que venimos, humanos. Hay humanos criminales.
El discurso del crimen es sencillo, requiere, como todo proceso comunicativo: emisor-mensaje-receptor. El emisor es el criminal, el crimen es el mensaje y el receptor puede ser cualquiera, no necesariamente la víctima.
Cuando el mensaje llega al receptor, éste comienza un proceso de decodificación; deconstrucción del acto criminal y es importante, en este punto, el resultado de aquelladeconstrucción, pues de aquí surgirán las opiniones o ideas acerca del sujeto criminal y del acto. Aunque el crimen se someta a un proceso de deconstrucción por parte del receptor, el acto, como realización pasada, cometida en un tiempo y lugar determinado no puede ser deconstruido más que por la mera subjetividad del receptor. La construcción del acto criminal es un hecho inalterable.
Puede parecer que el hecho criminal sea ambivalente a la deconstrucción del hecho, pero en realidad sólo se vuelve inútil cuando se carece de herramientas para comprender la totalidad de sus partes. Esto depende del receptor y por que medio recibió el mensaje. Ya hablamos que el receptor puede ser cualquier sujeto, sin embargo, ladeconstrucción del hecho será diferente en quien se vio afectado por el mismo, de quien lo vio a través de los medios masivos de comunicación y de las autoridades encargadas de investigar y administrar la justicia. Entonces no toda interpretación se vuelve inservible. Hay una interpretación que puede ser subjetiva, de aquellos que carecen de habilidades para comprender el hecho y hay una interpretación objetiva, del hecho criminal en su totalidad, de aquellos, cuya formación ha sido la adecuada para comprenderlo: jueces, agentes del ministerio público, peritos y criminólogos. La mayoría de las opiniones que oímos del vox populi son sustentadas únicamente en el discurso de los medios de comunicación o es una opinión totalmente reproducida de otro con algunas alteraciones que provienen del mismo sujeto-receptor.
La semiótica del mensaje criminal está compuesta por orden cronológico, un actor, que es el criminal y una víctima. Desde esta perspectiva vislumbramos la totalidad del discurso criminal, es decir, el mensaje, en parte se vuelve el criminal, el hecho y la víctima. Todo en conjunto se vuelve el discurso del crimen. Pero en la deconstrucción se deben analizar las partes por separado, cuando hablamos de esto, no queremos decir la alteración del discurso, sino su máxima comprensión lo más objetivamente que se pueda.
El criminólogo debe ser un deconstructor de este discurso y su proceso debe ser lo más objetivamente que se pueda, pues la responsabilidad social y jurídica que tiene es la de evitar la reproducción del discurso. De aquí, dos cosas podemos rescatar, en primera: ningún discurso criminal será igual al otro, la tipificación legal engloba una serie de actos que quebrantan el orden social, sin embargo, visto desde su totalidad, ni el criminal, ni el mensaje, ni la víctima serán siempre lo mismo o la intención del mensaje igual o incluso la motivación del criminal y la elección de víctima, por lo que si varía un elemento del discurso, este pierde cualquier similitud con otro, aunque sea, legalmente hablando, el mismo hecho; segunda: la interpretación de parte del criminólogo siempre llevará consigo una leve alteración de la percepción del hecho y así pequeñas subjetividades dentro de la deconstrucción crítica, empero, esto es lo que se busca, el mínimo de alteraciones, para una aproximación objetiva más certera.
El criminólogo necesita del discurso del crimen y viceversa, pues sin alguna de las dos partes la existencia de ambos no sería posible; el primero en cuanto a profesión y el segundo en cuanto a construcción social. Por antonomasia deducimos que el criminólogo se encarga de elaborar – o eso debería hacer –, o de constituir un discurso anti-crimen. Dicho de otra forma, el proceso de deconstrucción del criminólogo, debe concluir en la creación de políticas públicas.
El criminólogo, de igual forma que el sujeto criminal, es un ser-para-otro. Por ello parte del fundamento de la existencia de esta profesión, radica en la existencia del discurso del crimen, observado desde la totalidad de los elementos, o sea, necesita de un criminal, un mensaje y un receptor. Y sonaría paradójico la cuestión de que el criminólogo constituye la antítesis del discurso criminal, empero, es éste el que le da fundamento, pero no es así, porque estaríamos limitando las funciones de un criminólogo, que bien pueden ir encaminadas a un discurso de la prevención, sin necesidad del mensaje criminal; el hecho ya cometido. Todo esto desde una postura ontológica que da argumento a la existencia del criminólogo, pues a través del conocimiento del Ser, se llega a la premisa universal de que en el Ser esta el bien y el mal y desde esa concepción de mal, se da vida filosófica a la Criminología, quien buscará entablar y constituir un discurso anti-mal en el Ser, sea cual sea la definición que se tenga del mal, sin importar sociedad, cultura, país, raza, etc. Pues el mal es un concepto universal ontológico, entonces, se concluye, que existe una Criminología Filosófica, cuyo fundamento y pilar es la existencia ontológica del mal en el Ser.
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