Antes de entrar en materia permítanme hacerles una pregunta:
¿Ustedes creen que una persona feliz es violenta?
No la contesten de momento, respondan al concluir la exposición.
Para llegar a comprender mejor el concepto de violencia, debemos pasar en primer lugar por diferenciarlo o delimitarlo del concepto de agresividad, que en ocasiones son identificados como iguales e incluso confundidos y, en este sentido, podríamos considerar la AGRESIVIDAD como una forma de respuesta del yo ante cualquier amenaza.
Como una característica de la naturaleza humana fundamental para la evolución de la especie. Una característica que podríamos calificar de esencial de la agresividad es que forma parte de la naturaleza humana.
La expresión de una cuota de agresividad acorde con cada uno de los niveles evolutivos permite competir sanamente y afirmar la propia identidad.
Por tanto, la agresividad fisiológica incluye comportamientos con mínimos efectos negativos en el desarrollo psicológico de los niños, adolescentes y de su entorno.
Pero sabemos también que existe una evolución de esta agresividad fisiológica hacia formas concretas de violencia.
Es en esa evolución donde entrarán en juego los factores de riesgo. Factores que podemos clasificarlos en dos grandes grupos: ENDÓGENOS, temperamentales o de personalidad, y EXÓGENOS, ambientales y educativos.
Se ha hablado de un continuum que explicaría esta evolución hacia conductas antisociales, claramente patológicas. Las formas más graves pueden llevar a maltrato de animales y agresiones físicas hacia otras personas, incluso con el resultado de muerte.
Hablamos entonces de VIOLENCIA, actos realizados con la intención de causar daño físico o psicológico a terceros o que conducen a daño mental o físico a otros.
El término violencia proviene del latín “violentia”, y es un COMPORTAMIENTO DELIBERADO que resulta, o puede resultar, en daños físicos o psicológicos a otros seres humanos y animales.
Por tanto, una característica que podríamos calificar de esencial de la violencia es la intencionalidad.
Pero la violencia también nos remite al concepto de poder; apunta a un desequilibrio de fuerzas donde el más fuerte abusa del más débil. Si bien es dañina en sus efectos, su intención última no es dañar sino someter, doblegar, dominar, paralizar. La violencia intenta apoderarse de la voluntad, el pensamiento, la intimidad de quien la padece.
En tal sentido, nos podríamos plantear el siguiente interrogante:
La violencia, ¿se hereda o se aprende?
En opinión de la mayoría de los autores se hereda parte y también se aprende. Lo que no tienen claro es en qué proporción se combinan ambos factores en cada caso.
Y en este sentido responde Juan Carlos Navarro, profesor de Psicología de la Violencia y la Delincuencia de la Universidad de Barcelona. "Hay una parte biológica sobre la cual inciden los condicionantes ambientales, y si durante la infancia el niño está sobreexpuesto a situaciones de violencia, puede incorporar estos mecanismos de respuesta como una conducta normal. Pero, como muestra Lykken en Las personalidades antisociales, para que eso ocurra tiene que haber una potencialidad, una predisposición previa".
En mi opinión se aprende, si bien hay supuestos en los que el sujeto tiene una predisposición debido a la existencia de factores biológicos o psicológicos también es cierto que el niño, niña o adolescente no tiene por qué llegar a ser violento, pues va a depender de cómo influyan en ellos los factores exógenos.
Otra realidad es que existen casos en que incluso tales tendencias no nacen con el niño y aun así éste termina delinquiendo con violencia: en algunos casos de este tipo, lo que ha ocurrido es que las condiciones del entorno han sido tan fuertes que han terminado afectando, modificando hasta cierto punto estructuras cerebrales vinculadas al control de los impulsos y a otros aspectos ligados a lo que determina la presencia o ausencia de la tendencia violenta. (José Sanmartín, La violencia y sus claves o La mente de los violentos).
Algo parecido sucede cuando el niño, como consecuencia del maltrato recibido, tortura animales, ya que se ha demostrado que la repetición de actos crueles termina por menoscabar las conexiones y estructuras cerebrales vinculadas a la empatía… Cabe mencionar que todo esto tiene mucha más vigencia en el caso del niño, pues su cerebro es más maleable, más cambiable, ya que está en fase de maduración, de desarrollo.
Dicho esto, surge otra pregunta: ¿Por qué, dado un determinado entorno lleno de circunstancias que empujan al crimen, un chico se vuelve criminal y otro no?
Hay ciertas tendencias innatas que potencian, en un conjunto dado de condiciones externas desfavorables, el surgimiento de la tendencia criminal. Ese es el caso de las llamadas “personalidades antisociales” y de los sujetos con tendencias psicopáticas.
En opinión de Andrés Pueyo, los rasgos temperamentales que más podrían favorecer la aparición de la violencia en el niño, son la dureza emocional, la impulsividad y la ausencia de miedo.
La dureza emocional implica que son niños que se conducen siempre con una cierta frialdad. Niños que no muestran empatía, que no se conmueven ante el dolor de los demás. En un ambiente de malos tratos, carencias emocionales y falta de cuidado, muchos niños aprenden a inhibir las emociones; a no sentir miedo, o rabia, o soledad como un mecanismo de defensa psicológica. Si no sienten, no sufren. Otras veces, esa insensibilidad forma parte del temperamento del niño, y con frecuencia se expresa maltratando a los animales.
Son, en segundo lugar, niños con un alto nivel de impulsividad y atrevimiento. Siempre están bordeando los límites, siempre al filo del precipicio. Tienen muchas dificultades de autocontrol.
Y esto se combina con el tercer elemento: la falta de miedo, una cierta incapacidad para comprender o visualizar los efectos de las acciones que emprenden. Éste es, en opinión de Andrés Pueyo, el elemento más preocupante: "En estos niños, el castigo no sirve de nada. Ni el castigo físico, ni la amenaza, les produce el más mínimo impacto". Impasibles a la bronca, suelen sufrir frecuentes accidentes porque siempre transitan por el filo de la navaja.
Otro factor o rasgo a tener en cuenta es el de oportunidad, en muchos homicidios infantiles hay también elementos de imitación, porque la violencia puede ser muy contagiosa.
Abandono, pobreza, carencias emocionales y malos tratos son elementos comunes que se repiten en muchas de estas tragedias (cuando hablamos de niños, niñas y adolescentes violentos). Pero miles de niños viven en esa misma situación y no se convierten en homicidas. ¿Por qué ellos sí? Un niño maltratado puede llegar a ser un maltratador si queda atrapado en la telaraña del sufrimiento. No es, ni mucho menos, una ley universal e inexorable. Aun cuando se dan todos estos elementos la capacidad de resiliencia de los niños, la capacidad de recuperarse y hasta de salir reforzado de la adversidad, va a jugar también un papel decisivo, como explica Boris Cyrulnik en su libro “Los patitos feos”. Una infancia difícil no determina la vida.
No todos los niños homicidas o también llamados niños asesinos viven en ambientes degradados, pero en la corta biografía de muchos de ellos aparecen dos elementos comunes: abandono y malos tratos.
Los efectos de la exposición a la violencia conlleva que los niños, niñas y adolescentes muestren los siguientes aspectos:
- se vuelven insensibles al horror de la violencia
- gradualmente se acepta la violencia como un método válido para resolver los problemas
- se vuelven más agresivos
- surge el miedo a hacerse víctima de la violencia.
Al hablar de estos efectos no sólo estamos hablando de repercusiones a corto plazo sino también a largo plazo. Se ha podido comprobar que los efectos en la modificación de la conducta pueden aparecer al cabo de 10-15 años después.
En opinión de Vicente Garrido, "Cuanto más peso tengan en cada caso los factores exógenos, los factores ambientales y educativos, más posibilidades de recuperación. Y al revés, cuanto más pesen los factores internos, es decir, de temperamento o personalidad, peor es el pronóstico. "Una personalidad psicopática lo seguirá siendo, seguirá manipulando y buscando siempre su conveniencia, pero puede llegar a interiorizar que hay unos límites que no debe traspasar".
Y sin embargo, como ya adelantábamos, también hay casos de violencia extrema inexplicable de niños o adolescentes que no pertenecen a una familia desestructurada ni han sido víctimas de violencia. El estudio realizado en España sobre esta cuestión por el sociólogo Ramón Quilis Alemany sobre una muestra de 74 niños y adolescentes condenados en España entre 1994 y 2001 por homicidio, ofrece datos reveladores: el 54% de los homicidas presentaba algún tipo de trastorno de la personalidad o conducta antisocial y otro 4% había actuado bajo los efectos de un brote psicótico, es decir, un trastorno mental severo que anula la voluntad. Pero el restante 42% eran chicos aparentemente normales que vivían en familias también aparentemente normales.
En este sentido se expresa José Sanmartín que ha estudiado a fondo a este tipo de niños maltratadores, cuya conducta no se debe tanto a las carencias sociales o emocionales como a un déficit educativo. "Estos niños, especialmente los que agreden a sus padres, suelen tener un egocentrismo muy marcado y claras deficiencias de empatía. Es ese niño que se considera el centro del mundo, que aprende a ver a los demás como meros instrumentos para satisfacer sus deseos. A veces los padres contribuyen a consolidar esta personalidad dándole siempre lo que pide, más allá de lo que necesita e incluso de lo que pueden permitirse", explica. Como no toleran la frustración y no están acostumbrados a esforzarse para resolver los problemas, tienen brotes de ira cada vez más frecuentes, que acaban en un estado de descontrol y, al final, de violencia.
Otra pregunta que nos asalta sería ¿existe diferencia entre sexo? ¿solo los niños más violentos de que las niñas? Siempre se ha dicho que los niños son más agresivos que las niñas, que hay más casos de niños agresivos que de niñas, pero parece que en los últimos tiempos estas diferencias tienden a minimizarse, probablemente debido a cambios socioculturales y de rol del sexo femenino.
Las publicaciones muestran una menor incidencia de agresiones físicas y conductas delictivas en chicas. Pero en ellas se da una mayor frecuencia de conductas antisociales no físicas (intimidación emocional, huidas de casa, picarescas en el colegio). Comparativamente con los chicos, las chicas suelen mostrar un patrón de inicio predominantemente en la edad adolescente.
En referencia a factores biológicos y cognitivos, ningún sexo está en desventaja respecto del otro, las diferencias emergen en la edad escolar con el proceso de socialización. Los varones están menos preparados psicológicamente que las niñas ante la situación de aprendizaje, tienen más problemas de adaptación y orientación.
Algunos autores opinan que las niñas tienden a desarrollar conductas cooperativas inculcadas por la madre a temprana edad (ayuda en tareas del hogar, etc..) modelo que luego aplican a la situación escolar. También se sugiere que los niños suelen desarrollar conductas competitivas, mientras las niñas fomentan la empatía. En definitiva, parece que las chicas están más influenciadas por factores interaccionales, mientras que en los chicos habría un mayor peso de los aspectos temperamentales (Prior, Smart, Sanson y Oberklaid, 1993).
Dicho esto, deben quedar claros los siguientes conceptos sobre un supuesto “continuum” entre agresividad y violencia:
- No todo comportamiento agresivo es antisocial o criminal.
- No todo comportamiento antisocial es violento.
- La violencia siempre es un comportamiento antisocial.
Este último concepto sobre un supuesto continuum, “la violencia siempre es un comportamiento antisocial” me plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo influyen los factores que incrementan el riesgo de violencia en niños, niñas y adolescentes en la interacción con animales?
Jacques Lacan advierte que el sujeto se estructura en y por el lenguaje. El niño llega a un mundo parlante, donde es hablado y significado por el Otro. En la manera de proceder con ese baño de palabras, se estructurará su manera de ser y de pensar.
Referenciamos a Lacan para comprender que unos de los factores exógenos más influyentes en los niños, niñas y adolescentes es el lenguaje, como bien decía “En la manera de proceder con ese baño de palabras, se estructurará su manera de ser y de pensar”, y en infinidad de expresiones del lenguaje encontramos numerosas y diversas formas de incrementar el riesgo de violencia en niños, niñas y adolescentes. Prestemos atención a la utilización que a menudo se hace del posesivo “mi”, una utilización errónea y desproporcionada, e incluso antinatural, pues ¿se puede poseer una vida ajena? ¿se puede ser “dueño” de alguien?
Como ocurren en la violencia llamada “machista” o contra la mujer, en el agresor se da en la gran mayoría de los supuestos un convencimiento de que la mujer le pertenece y, por tanto, de alguna manera es libre de hacer con ella lo que estime por conveniente, con lo que cuando coincidan una serie de factores tanto endógenos como exógenos, existirá un elevado riesgo de producirse la violencia contra el sujeto objeto de posesión.
Es lo que transmitimos a los niños, niñas y adolescentes con gestos habituales y lamentablemente normalizados en sociedades occidentales como la nuestra, cuando regalamos un animal, cuando nos acompañan a comprarlo, cuando los ven exhibidos en tiendas con un precio etiquetado…
Si el mensaje que hemos de transmitir a los niños, niñas y adolescentes es el de que “la violencia siempre es un comportamiento antisocial”, por tanto, siempre injustificado, nunca aceptado, ¿cómo le explicamos la existencia legalizada y normalizada de corridas de toros, de cualquier espectáculo taurino, de la caza, la pesca, de los zoos, los circos con animales ...?
No es posible darles una explicación convincente y ajustada a dicho concepto del continuum, por lo que la respuesta siempre será ambigua, inexacta, y cuanto menos controvertida, para tratar de justificar una violencia “legalizada” y socialmente normalizada, aunque violencia al fin y al cabo. En ocasiones se escuchan expresiones como “es ley de vida” para justificarla, con el consiguiente riesgo que siempre conlleva el intento de justificar lo que no admite justificación para el entendimiento y la formación como persona de los niños, niñas y adolescentes.
En el día a día de cualquier sociedad occidental encontramos violencia que apenas es percibida de un modo consciente por las personas que la sufren, y que de tal manera es transmitida a los niños, niñas y adolescentes, es lo que me he atrevido a llamar como violencia silenciosa o violencia blanca.
Este tipo de violencia es practicada y percibida por una gran mayoría de ciudadanos en sus hábitos y costumbres, en su dieta, en sus momentos de ocio, en su trabajo, en la práctica totalidad de sus actos y que en pocas ocasiones es realmente percibida conscientemente pero sí admitida y aceptada.
Prueba de ello la encontramos en los zoos, por poner un claro ejemplo, los padres llevan a sus hijos pequeños a ver los animales que allí se encuentran y lo que realmente les están transmitiendo, con un acto en apariencia inocente, es el poder que el ser humano ejerce sobre el resto de animales (¿recuerdan que la violencia está relacionada con el concepto de poder?), capturándolos, privándoles de libertad y de su hábitat natural y exhibiéndolos para lucrarse. Algo parecido sucede cuando regalamos o compramos un animal, una conducta tan normalizada y socialmente reconocida y aceptada, y que sin embargo encubre un auténtico ejercicio y lección de violencia silenciosa o blanca, dónde se le vuelve a transmitir al niño la creencia de que el animal humano es superior al animal no humano y, por tanto, es su dueño y señor, con plena capacidad y disponibilidad sobre su vida ya que esta le pertenece. En televisión, Internet y cualquier otro medio de comunicación, vemos que el marketing exhibe ese tipo de violencia blanca o silenciosa, que es percibida continuamente por los niños, niñas y adolescentes, en la que de nuevo se les transmite la idea de poder sobre el resto de animales. A menudo se transmite propaganda y publicidad donde se muestran animales alegres de ser su comida, animales felices de participar en eventos crueles y violentos.
Desde la cultura, la religión e incluso del sistema educativo es transmitida esa violencia blanca o silenciosa a los niños, niñas y adolescentes, bien promocionando o calificando de tradición determinados eventos donde la violencia es la razón de ser de los mismos, desde la creencia de que Dios puso a los animales para uso y disfrute del hombre, y que así se recoge también en numeroso material docente utilizado en colegios e institutos de enseñanza, cuando lo que se les transmite a los alumnos es el concepto de “utilidad”, de herramienta o de servicio (recuerdo hace años, mi sobrina que contaba por entonces con no más de ocho años, mientras hacía los deberes que desde el colegio se le había mandado, me pregunta ¿para qué sirven las jirafas?, estupefacto por la pregunta le digo que no comprendo la pregunta y ella responde, sí, en el cole me han dicho que las vacas sirven para dar leche y cuero, las gallinas huevos, y un tanto más de ejemplos, para acabar haciendo la misma pregunta, a lo que le respondo tanto la jirafa como cualquier animal no sirven para nada más que para vivir, no tienen por qué servirnos a las personas, fue difícil hacerle entender algo tan natural, básico y sencillo como el hecho de que nacemos para vivir y no para servir para algo, un efecto claro de la violencia blanca o silenciosa).
El riesgo de este tipo de violencia es su casi invisibilidad, apenas es perceptible, debido a que es fruto de un concienzudo y continuo trabajo de aprendizaje desde las más temprana edad, recuerden desde el propio lenguaje, desde los actos cotidianos de los adultos que nos rodean, lo que la hace especialmente peligrosa y delicada, puesto que hasta personas que tienen un alto índice de empatía pueden ejercerla y transmitirla, recuerden que la empatía también es necesario educarla, no se siente la misma empatía por todas las especies o por todas las personas.
Una recomendación que una vez escuché del maestro Miguel Oscar Menassa, y que viene a colación, “razonen, no aprendan nada, traten de razonar”, y es que el aprendizaje no garantiza una correcta educación.
En suma, las posibilidades de una intervención beneficiosa en el campo del desarrollo son prácticamente tan ilimitadas como las de interferencia lesiva en el desarrollo o como las infinitas variaciones de normalidad y anormalidad.
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