Todo evento tiene una replica, si nos atenemos a las leyes físicas, cada acción tiene una reacción. En un mundo conectado, el aleteo de una mariposa puede generar caos.
Desde diversos puntos cardinales se percibe el desmoronamiento de un sistema inservible, evidentemente que funcional para unos cuantos pero nefasto para unos muchos.
Porque mientras unos viven una realidad de ensueño, otros vivimos la realidad jodida.
Frente a esas formas de esclavitud y explotación moderna es que se erigen las banderas del cambio. ¡Si no hay solución habrá revolución! Frase que se grita de México a España, pero que resuena de Wall Street al palacio de La Moneda.
La horda de bárbaros, esos muy neo, se deleita ante la posibilidad del espectáculo de la represión. Atrincherados desde los palacios del poder, cual seres omnipotentes y omniscientes, miran con desden a los parias del otro lado.
Balas, disparos, botas (sean policíacas, sean militares), resuenan por las calles. Gritos, consignas, sangre…
De facto reviven los fantasmas del pasado, de ese pasado ni tan lejano, quizá nunca se fue, simplemente esperó el momento preciso para aparecer.
“Tiempo, imagen móvil de la eternidad”, decía Platón.
De gavetas viejas desempolvan manuales contra la subversión. De sus fantasías perversas pretenderían revivir dictadorzuelos: “levántate y anda Franco, Díaz Ordaz, Pinochet, Videla…”.
No pueden, tienen un gran problema, son demasiado pequeños, son gerentes regionales, obedecen a su verdadero dueño: el capital.
Decía Almudena Grandes: “es el desmantelamiento del Welfare State”. La muerte del Estado del bienestar.
No les basta con tenerlo todo, quieren hasta quedarse con los despojos.
Les decía Javier Sicilia (poeta mexicano al que le asesinaron a su hijo grupos delictivos, por el simple hecho de ese muchacho estaba en un Bar con amigos, entre ellos un militar): “solo tienen imaginación para la violencia”; “quieren administrar el infierno”.
Encuadrados en la misma lógica, el poder se aferra a un barco a punto de hundirse, ese al que tanto aman, el neoliberalismo. Los manotazos son duros cuando se está naufragando.
Mientras tanto se reproducen sin cesar imágenes de jóvenes y ancianos violentados. Muchachos balaceados y descuartizados.
Sangre, gritos, botas, balas…
Nos perdemos en esa violencia. Nos amarramos a la lógica de la sangre, el dolor y la angustia. Cosa más funcional para el sistema, porque nos olvidamos de lo realmente importante, la violencia estructural, la económica-política.
La violencia de un Estado, y poder, criminal.
Nuestro “resentimiento”, “odio”, cambia de agente. El policía, el militar, son nuestro objetivo. Mientras el personero del capital con rostro afligido sale a realizar una farsa, a dar disculpas públicas por los excesos. Nada más vil, porque ellos son los causantes de esas maniobras perversas.
Esos nuevos bárbaros quieren vivir en el corazón de las tinieblas.
Desde la coraza del poder pretenden mandar, mientras la dignidad de los mandados se acrecienta.
Los medios, esos hermanados por el dinero, se alinean. De continente a continente coinciden: acabar con los levantados.
Muerte, caos, disparos…
No pueden, no podrán detener su caída. Porque los que luchan no luchan por las migajas, ni por sus intereses políticos. Luchan por una idea, y las ideas son inmortales, son a pruebas de balas.
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