Posted: 03 Jun 2015 11:26 PM PDT
Durante un día cualquiera, sueles escuchar entre diez y diez millones de personas hablando sobre la solución a los problemas de criminalidad. Te levantas bien pronto, y mientras te estás tomando el primer café de la mañana escuchas como el presentador de la tertulia matinal pregunta a sus contertulios sobre el “problema yihadista” en Europa. Cada persona en el plató presenta su solución, un total de cuatro, y acto seguido pasan a hablar sobre el “problema de los ninis” en España. Te acabas el café y apagas la televisión. Tras una ducha rápida, te vistes y te diriges al tren para llegar puntual a tu puesto de trabajo.
Acabas de subir al tren y no puedes evitar prestar atención a las palabras cruzadas entre dos jubilados entrañables, hablan sobre el “problema de la corrupción” en la política, y acto seguido se aventuran con varias recetas algo sangrientas para evitar que dichos comportamientos persistan con normalidad. Una señora se levanta de su asiento, lo que te permite sentarte a leer tranquilamente el periódico. Editorial apabullante, el director del noticiero en cuestión pide medidas urgentes, empezando por un incremento de las penas, para acabar con el “problema de la violencia de género” en el país. Llegas a tu parada, y en los 5 minutos de trayecto de la estación a tu oficina, te cruzas con un inquietante cartel electoral con un mensaje claro: “menos inmigrantes, más seguridad”, se refiere al “problema de la delincuencia e inmigración”. No han pasado ni dos horas desde que te has levantado y ya has escuchado siete soluciones a los “problemas” de delincuencia. Si alguien pensaba que el deporte de moda en España era el fútbol, la realidad es que la afición en boga a día de hoy es dar soluciones a la criminalidad. Todo el mundo puede, todo el mundo sabe.
Siglos atrás, no obstante, aparecieron los primeros textos de una nueva ciencia, la Criminología. Los intelectuales de la Criminología aseguran que se puede estudiar el porqué de la delincuencia y de las actitudes antisociales a partir del método científico. Incluso se plantea la posibilidad de diseñar programas fundamentados empíricamente dirigidos a la prevención de la criminalidad, a la intervención con delincuentes y a la reparación del daño producido a las víctimas. Sucede, además, que la Criminología ha crecido exponencialmente durante los últimos años en España, y un total de veintiocho universidades ofrecen en 2015 los estudios oficiales de Grado en Criminología.
En este punto, encontramos en el debate público a dos grandes grupos de personas que emiten continuamente enunciados sobre el estado de la delincuencia y las posibles medidas dirigidas a gestionarla. Personas sin conocimiento científico y personas con conocimiento científico. Sin embargo, existe un tercer grupo, a medio camino entre ambos. Me refiero a aquellos profesionales con conocimiento escaso, o incluso inexistente, en Criminología empírica que se dedican, inclusive viven, de emitir juicios de valor con apariencia científica sobre cómo se deben solucionar los problemas de criminalidad. Podemos encontrar a estos profesionales en universidades, en consejos asesores de cámaras legislativas, en estanterías de bibliotecas, en consejos de redacción de periódicos, en cuerpos policiales, en centros penitenciarios, e incluso en juzgados.
En un texto magnífico de Iván Montemayor, titulado “Políticas Públicas de Prevención, ¿tecnocracia o populismo?”, se plantea que el hecho de que la gente común emita juicios sobre lo que ellos consideran que deben ser medidas contra la delincuencia, debe ser tratado por los criminólogos con naturalidad, sin arrogancia, haciendo llegar a la población las medidas propuestas por la Criminología. Se deben dedicar esfuerzos dialécticos a hacer llegar a la población los mecanismos de prevención propuestos por el conocimiento empírico en Criminología, para que sea la misma ciudadanía la que se haga suyos estos principios. Es necesario llegar a la comunidad a través de charlas alejadas de ambientes académicos, de blogs, de redes sociales y de libros de difusión, todo ello a través de un lenguaje llano y sin más tecnicismos que los estrictamente necesarios.
Pero, ¿qué pasa con el tercer grupo?, ¿qué es de esos profesionales sin conocimiento en Criminología empírica que son escuchados como científicos en la materia?
Sin caer en la arrogancia tecnocrática, es necesario hacer llegar a la sociedad cuándo un enunciado sobre la gestión de la delincuencia tiene base empírica y cuándo no, en qué circunstancias podemos hablar de Criminología. No es aceptable que todólogos sin formación en Criminología se definan a sí mismos como criminólogos. Y, desde luego, no se puede permitir que dichos profesionales gestionen modificaciones legislativas y dirijan planes públicos de prevención con apariencia científica, cuando dichas políticas no tienen fundamento empírico.
Existe la necesidad de dar un nombre a éstas prácticas, no negligentes, ni siquiera intrusivas, pero sí perjudiciales para la sociedad en su conjunto. ¿Cómo llamar a aquellas conductas basadas en emitir juicios de valor (opiniones) con apariencia científica relacionados con la gestión de la criminalidad? Criminopinología.
El devenir de la Criminología en nuestro país va a traer consigo avances científicos que redundarán en mejoras sociales para el conjunto de la población. Estoy seguro. No obstante, para conseguir canalizar el conocimiento científico en valores sociales, y promover medidas políticas basadas en la ciencia, será necesario transformar la Criminopinología en Criminología, y cambiar a los criminopinólogos por criminólogos. Pero sobre todo, sobre todo, es fundamental que los propios criminólogos no nos convirtamos en los criminopinólogos a los que criticamos. Es responsabilidad de aquellos que creemos en la ciencia criminológica velar por la no criminopinologización de nuestras propuestas, y realizar una denuncia tenaz y constante de aquellas conductas que insten, bajo apariencia científica, a políticas sin fundamento empírico, independientemente de cuál sea la formación, nombre o inclinación política de la persona que las haga.
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