Actualmente el mercado se extiende prácticamente por todo el planeta y llega a todos nuestros hogares gracias al mundo virtual, el cual trata de facilitarnos la “ardua” tarea de consumir productos.
Y claro, dentro de la multitud de productos posibles a elegir, nos encontramos con algunos más aceptables o adecuados y con otros que no nos lo parecen tanto. Siempre entran en juego en este tipo de debates la propia cultura; la concreta educación recibida; el tipo de valores que sostienen las propias creencias, etc. En definitiva, y como vulgarmente se suele decir: “para gustos, colores”.
Pues bien, es en este mismo contexto donde pretendo debatir que, quizás, no todos los productos al alcance de nuestras manos pueden llegar a verse, desde el punto de vista criminológico, como “inocentes”, “simpáticos” o “inofensivos”.
Me refiero en particular a todo un merchandising inspirado en el ámbito del delito puro y duro. Uno de los casos conocidos más impactante lo protagoniza una tienda de ropa juvenil que vendía sudaderas ensangrentadas con un logo de la universidad de Kent State (Ohio) que imitaba a la que hubiese llevado una víctima de un asesinato. Precisamente fue en esa misma universidad donde ocurrió una sangrienta masacre en 1970 muriendo cuatro estudiantes. Finalmente se denunció y la empresa retiró el producto tras emitir un comunicado de disculpas.
También podemos encontrar desde camisetas con las caras de los asesinos en serie más “populares”, hasta tazas de desayuno con sus caras; sus propios muñecos con el traje naranja de presidiario e incluso packs para coleccionistas caníbales que contiene un cubo donde guardar partes seccionadas de un cuerpo.
Está claro que el fenómeno de culto a los asesinos en serie siempre ha estado patente en la sociedad y ha sido conocido por todos (chicas que se enamoran de asesinos y les mandan correspondencia a la prisión, por ejemplo). Pero por el otro lado también sabemos que existen sujetos con ciertos rasgos de personalidad (llamémosles tipo A) que tratan de imitar al máximo a sus “ídolos” hasta tal punto que llegan a cometer los mismos crímenes o incluso magnificados. Esto sería la parte más negativa en esta cuestión que se plantea en el propio título del artículo, es decir, el tipo B representa la desviación.
La parte “menos negativa” la forman las personas, sobre todo los jóvenes, que por moda, o incluso por morbo, deciden adquirir este tipo de productos como una forma rebelde de vestir o de aparentar ser (llamémosles tipo B). Desde un punto de vista criminológico este fenómeno del tipo B no sería socialmente peligroso, quizá un poco inquietante nada más. Este grupo representa al culto.
Desde luego parece muy difícil, a priori, poder delimitar la línea que separa lo que es calificable de culto, de lo que es calificable como desviado.
Revisemos el significado de culto: “admiración afectuosa de que son objeto algunas cosas” (R.A.E.). Quizá ahora la palabra “afectuosa” puede ser preocupante del todo criminológicamente hablando, porque tener afecto a alguien que ha producido tanto dolor no puede calificarse como rasgo positivo.
Nuestra ciencia multidisciplinar tiene cabida en todo tipo de contextos y como consejera de productos consumibles por la sociedad tiene un papel muy importante, un rol de prevención.
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