El Hombre del Saco no es un concepto, una superstición popular, ni una leyenda urbana. No es solo la representación del miedo en la infancia. Existe, ha existido siempre. Embaucadores de niños con una mezcla de maldad y seducción, atrayéndoles con los más variados “ganchos”.
“Cuidado con el Hombre del Saco, que se lleva a los niños para siempre”, “Cuidado con el Camuñas”, “Cuidado...”. Con esta cantinela han crecido millones de niños. Canciones de cuna lo recordaban noche a noche “A dormir mi niño que viene el coco y se lleva a los niños que duermen poco”, “Duérmete niño, duérmete ya que viene el coco y te comerá”.
Está en la leyenda, en el folklore de los pueblos. Puede aparecer bajo cualquier forma. No necesariamente es un hombre con las ropas raídas llevando un saco al hombro. El Hombre del Saco ya no lleva saco e incluso puede que ni siquiera sea un hombre. Puede ser una mujer
Ya no es cosa de alertar a los niños sobre los desconocidos. Porque cada vez con más frecuencia se dan casos de víctimas de sus propios abuelos, tíos, maestros, amigos íntimos de la familia, vecinos de toda confianza. En los últimos tiempos estamos viendo un gran número de filicidios.
Se considera delito de filicidio a la muerte de los hijos provocada dentro del ámbito del hogar, por progenitores biológicos o adoptivos. Al parecer, el 19% de los casos se produce como venganza del agresor hacia su cónyuge.
El deseo de ser madre se ve cumplido, pero se carece de deseo o habilidades para sacar adelante a los hijos. Es uno de los crímenes socialmente más reprobables.
En épocas pasadas, a este tipo de homicidas se les denominaba libericidas y en opinión de criminólogos y antropólogos, se cometía con más frecuencia por la madre. Según ellos, se debía a que en la madre su actividad psíquica las limita a la familia y al no poderla difundir a muchas cosas y muchos individuos, necesariamente ha de tener una afectividad más intensa por el hecho de ser menos extensa. Pasa, de impulsos de ternura a brutales accesos de crueldad refinada. Pasa, de hermana de la caridad, a hiena. Estaban convencidos de que no hay amor tan fuerte como el de una madre, pero también que no hay odio tan fuerte como el de algunas madres.
Uno de los casos más sonados de los últimos tiempos ocurrió en Murcia, conocido como “el filicidio de Santomera”. Francisca González estranguló a sus dos hijos de 6 y 4 años con el cable del cargador del teléfono móvil. Inventó una historia de alguien que entró por la ventana y estranguló a sus hijos. Durante el entierro, se vio a una madre que era el vivo reflejo de la desolación. La más doliente, la más afligida. Del brazo del apesadumbrado marido. Destacaba en su cara un arañazo profundo.
Tras el entierro, fue detenida por la Guardia Civil. Por muchos motivos. A destacar, la frialdad con la que contó su versión de lo sucedido
Los psiquiatras que la examinaron declaran que Francisca no sufre enfermedad mental alguna y es absolutamente responsable de sus actos “aunque sí padece unos celos posesivos y excitables”. La definieron como una mujer de mucho aplomo y sangre fría, que en ningún momento manifestó sentimiento de tristeza o dolor por lo ocurrido. Tiene rasgos narcisistas y siente celos por un amor humillado, con una actitud altiva y teatral “pero sin que ello sea síntoma de una patología mental, que no tiene”.
Pese al consumo de estupefacientes y alcohol la noche del crimen, los peritos dictaminaron que en las pruebas efectuadas a Francisca no apreciaron trastornos alucinógenos ni cuadro de psicosis cocaínica.
Se podría resumir la actitud de esta mujer en ese complejo de Medea, una mujer resentida con el esposo que mata a sus hijos para hacerle daño. Parece un crimen perpetrado por atavismo.
Otro caso que sobrecogió a la población es el de Mónica Juanatey quien asesinó a su hijo de ocho años ahogándole en la bañera. Después lo introdujo en una maleta y lo abandonó en un bosque. Tardaron dos años en encontrar sus restos.
Quienes la conocen explican que es rara, huraña, extraña, apartada del término medio. Lo que sí parece comprobado es su estado de ánimo irregular e inestable. Sus relaciones afectivas le duran poco.
Hay división de opiniones respecto a su manera de ser en el trabajo. Para unos, no servía para atender al público y no les daba conversación. Para otros, era simpática, espléndida, agradable de trato. Unos y otros coinciden en que siempre estaba colgada del móvil y que pasaba inadvertida. Esto también parece de manual pues las conductas psicopáticas coexisten con conductas adaptadas, lo que les permite pasar inadvertidos. En el caso de esta mujer, no hay síndrome de Medea, ni nada parecido, solo maldad. Fue condenada a 20 años de prisión.
Después, el terrible caso de los niños Ruth y José Bretón, en Córdoba. Ahora la niña Asunta Basterra, con los padres en la cárcel a la espera de juicio. Presuntamente trataron de acabar con su vida en varias ocasiones, o por lo menos eso contaba la niña a personas de su confianza.
Al igual que en el caso de Francisca González, detenida al finalizar el entierro de sus hijos, la madre de Asunta fue detenida justo después de la incineración.
En los casos anteriores, el autor del crimen era una sola persona, padre o madre. Con Asunta ha sido diferente. Están imputados por delito de homicidio, Rosario Porto y Alfonso Basterra, los dos. Ella además, ejercerá su autodefensa como abogada cuando se celebre el juicio que será juzgado por un jurado popular. ¿Quién será el cerebro de toda la trama y quién el brazo ejecutor?
“Detrás de un niño maltratado hay siempre una persona que daña y otra que calla”
Va a ser verdad.
Se sigue hablando de violencia de género cuyas cifras de muertas suben y suben, ¿A nadie le importa la violencia familiar ejercida sobre los más débiles?
Según legislación internacional, Naciones Unidas, nuestra Constitución, deben primar siempre los derechos del niño, y el sentido común nos indica que son los más vulnerables, a quienes más debemos proteger.
Verdaderamente, el “hombre del saco “no es ningún cuento.
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