Tras hablar de las prisiones como parte del sistema punitivo actual y de su posible y deseable adaptación a los valores de la Justicia Restaurativa, surgió la pregunta ¿qué pasa con la pena de muerte? La pena de muerte como castigo que el Estado impone al criminal que ha cometido algún delito, de los llamados “capitales”, fue muy común en épocas pasadas, donde su habitualidad no dejaba muchas dudas. El movimiento abolicionista, sobre todo a partir del SXVIII y tras la publicación del libro de Beccaria, “de los delitos y las penas”, supuso un gran paso para la erradicación de muchos sistemas penales, pues como bien decía Beccaria, no es “sano”, esta libre disposición de la vida humana: “ si la sociedad política tiene sus orígenes en un acuerdo entre los individuos, que dejan de vivir en la condición natural y se dan leyes para protegerse uno con el otro, es inconcebible que estos individuos hayan metido a disposición de sus símiles, también el derecho a la vida”.
Hoy en día aunque la tendencia es a su abolición, lo cierto es que todavía existe y sorprendentemente en países teóricamente avanzados que son potencias mundiales. Y respecto a nosotros, a los ciudadanos ¿qué pasa por nuestra cabeza? Pocas personas pueden decir que por su mente no ha rondado la idea de este castigo, ante delitos muy graves y crueles, por supuesto, que es lógico y normal, lo mismo que pensar que si alguien hace algo malo a nuestros seres queridos, lo mataríamos con nuestras “propias manos”. Pero estoy segura, que si la vida nos pusiera en este dilema, muy pocos se atreverían a cruzar la línea y matar al criminal, porque sea por venganza o por una creencia de que así se hace justicia, no dejaría de ser un asesinato.
Más allá de este sentimiento normal, en personas que sufren las consecuencias de un delito y de todos nosotros, que como sociedad somos testigos de la crueldad de ciertos crímenes, la pena de muerte no deja de ser una venganza del estado hacia el delincuente y en el supuesto nombre de la víctima. Una vez más, el estado se está apropiando del conflicto, del dolor sufrido por ésta e incluso del papel y rol de víctima para cometer un asesinato a sangre fría y con premeditación. Esto no diferencia mucho al estado del criminal sino que los pone al mismo nivel.
Reconozco que el sentimiento de impunidad y de que matar o cometer delitos muy graves es muy barato, produce en las víctimas y en muchas personas un sentimiento de que la dureza nos va a proteger y dar mayor sentimiento de seguridad, pero la realidad es que ni penas más largas ni la mismísima pena de muerte, supone una disminución de la delincuencia.Precisamente para canalizar estos sentimientos de venganza y evitar que los individuos nos tomemos la justicia por nuestra mano, surgieron los estados, su estructura y el sistema, por eso la pena de muerte es una venganza irreversible orquestada por el Estado y para más inri, en el supuesto nombre de los ciudadanos. Y a pesar de que muchos apoyan teóricamente este castigo, en la práctica ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a ser verdugos? ¿Alguno querríamos para nuestros hijos, que fueran de profesión verdugos? Tengo claro que pocos, o ninguno, y mucho menos atravesaríamos el umbral y estaríamos dispuestos a ser la mano ejecutora que cometiera el asesinato, empleando la justificación de que se hace justicia porque esto no protege solo embrutece más.
Además la pena de muerte, siempre ha sido cuestionada por sus muchos argumentos en contra y sobre todo por atentar contra los derechos humanos más básicos y así ya el 10 de octubre de 1948 cuando se adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo tres se dice: “todo individuo tiene derecho a la vida la libertad y seguridad de su persona”. La Iglesia Católica y en general todas las religiones también se posicionan en contra partiendo de que la vida, es un don sagrado de Dios y que el hombre(o en este caso el Estado en su nombre) no puede apropiarse del derecho para quitarla.
Y siendo un poco rigurosa, si damos el visto bueno al sistema para que mate a otra persona, por la justicia y por la paz social, no nos puede sorprender que en cualquier momento gobiernos y estados no estables, utilicen esta carta blanca, para matar a otros ciudadanos de forma injusta y cruel, en nombre de esta aparente seguridad y paz social. ¿Acaso no sucede y ha estado sucediendo? Lo que empieza mal en su origen y amparado en motivos supuestamente loables y buenos que no lo son, no nos puede extrañar que degeneren en arbitrariedades por parte de algunos, puesto que atacar el mal con más mal, sólo empeora y hace que perdamos nuestra sensibilidad y conciencia de ser personas humanas racionales. Como decía Gandhi muy sabiamente, “ojo por ojo y todos quedaremos ciegos”.
Otra pregunta que se me pasa por la cabeza es ¿cómo sabemos que la pena de muerte es un castigo proporcional al daño sufrido (porque la máxima ojo por ojo, nos habla de proporcionalidad)? Me explico, si un delincuente ha matado a tres personas, solo con matarla una vez, no haríamos justicia para las tres víctimas, si acaso, con una de ellas. Pero es que además yendo todavía más allá, ni matando tres veces a este criminal, haríamos justicia porque la vida de tres personas inocentes, merece más respeto y consideración que la del delincuente. Muchos pensareis que son argumentos extremos pero cierto es que se pueden dar con más frecuencia, de la que estamos dispuestos a pensar.
Y ahora para profundizar en los muy abundantes argumentos en contra de este castigo irreversible, voy a empezar con uno totalmente irrefutable:
Los errores judiciales, a nadie escapa que el sistema de justicia es imperfecto y no porque lo digan los muchos usuarios descontentos sino porque está contemplado así por el propio estado ¿Y sino, por qué se permiten los recursos? Pues porque se parte de la premisa de que las decisiones judiciales no siempre son correctas. Entonces cómo y en nombre de qué, puede el estado ejecutar una pena de consecuencias irreversibles, sin temer que con esto se esté quitando la vida a otro ser humano y además inocente. Algunos pensarán, si te implican en un homicidio aunque no seas culpable, es que andas en malos pasos, y ya se sabe que quién mal anda mal acaba. Pero ¿y si solo pasabas por ahí o estabas en el lugar equivocado, en el momento equivocado? Si alguno de nosotros tuviéramos un ser querido en el “corredor de la muerte”, a buen seguro que no pensaríamos así porque la triste realidad es que la pena de muerte, lejos de no resarcir a las víctimas, además deja tras de sí, muchas otras víctimas ( la sociedad que poco a poco pierde su empatía y sentimientos humanos porque que ejecuten a un preso ya ni les sorprende ni les conmueve, los familiares de los delincuentes y la propia víctima porque una vez que se cumple la condena nadie o muy pocos se ocupan de ella, ya que se da por hecho que el sistema ya ha actuado).
Los argumentos en contra de la pena de muerte no quedan ahí, y hay muchos otros de peso como:
El incumplimiento de los fines propios de la pena, quitando la vida, renunciamos a los objetivos del sistema penitenciario: la reeducación y reinserción social y estamos negando una segunda oportunidad a todos los que quieran volver al marco social, como hombres nuevos, readaptados y reinsertados. Además con esta pena no se ahonda en el origen, causas y verdadero problema de la delincuencia, por lo que no se produce una disminución de los delitos y de la reincidencia.
La pena de muerte, conlleva cierta discriminación racial además de que supone una degradación de la persona. Muy poca falta hace explicar este argumento, basta con mirar las ejecuciones en Estados Unidos y “echar cuentas” cuantos de los ejecutados eran de raza negra, hispanos u otras étnicas minoritarias y cuantos blancos. La triste realidad muestra que los más desfavorecidos tienen todas las papeletas en su contra para ser condenados a la pena capital y a esto se une que generalmente no tiene recursos suficientes para contratar abogados expertos y competentes. Además, esta pena supone un retroceso en la evolución humana, ya que por mucho que la llenemos de artificios y de una retórica a su favor, no es más que una venganza
Es una medida costosa desde el punto de vista económico y emocional. Supone mucho dinero ejecutar a un preso (de hecho muchos estados de EEUU, tienen paralizadas las ejecuciones por su elevado coste) además no está comprobado empíricamente que tenga un efecto disuasorio sino todo lo contrario, se entra en una espiral de violencia y ante la “brutalidad” del estado, la mayoría de los infractores sentirán que no tienen nada que perder y sus delitos y actitudes serán también más crueles. Y para más inri, a los familiares de las víctimas, esto no les devolverá a sus seres queridos y sin embargo, los allegados del delincuente se verán sometidos a una presión psicológica y emocional, muy difícil de soportar.
Matar es matar y por eso frente a sistemas punitivos extremos, como los que contemplan la pena de muerte, la Justicia Restaurativa surge como una necesidad de fomentar la reinserción social, la ayuda a las víctimas para canalizar sus sentimientos de venganza, en otros que produzcan su curación y sobre todo para que la prevención sea un objetivo esencial y así lograr estados más seguros y pacíficos.
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