Hola, mi nombre es…. bueno no importa, mi nombre es lo menos importante, no sólo porque haya dejado de interesar sino porque podría ser todos y cada uno de los nombres de aquellas mujeres que han dejado de existir, todas y cada una de esas mujeres que sufren, han sufrido y sufrirán en silencio y sin compasión el abuso, el maltrato y la humillación de sus parejas.
Mi historia no es diferente a la de ellas, seguramente hasta los insultos carezcan de originalidad y sean los mismos, puede que incluso los golpes sean en el mismo sitio, lo que sí es seguro es que el miedo, la vergüenza y ahora, el abandono, es el mismo. Lo peor de toda esta situación es que ya no sólo me humilla y me veja mi pareja sino que ahora también lo hacen las instituciones, creí que el tiempo de esconderse y sufrir en silencio y con una sonrisa social ya había pasado, que ahora podría sacudirme el miedo y hablar alto y claro sin temor, que me entenderían y me ayudarían a salir de este infierno en el que mi cuento de hadas se acabó por convertir.
Recuerdo en la lejanía el momento en que reuní el valor suficiente como para alejarme de todo ésto, encontré las fuerzas para romper con el doloroso presente y me marché, tampoco olvidaré nunca la cara de angustia y profunda tristeza (casi comparable a mi terror) con la que me despidió la trabajadora del centro de acogida donde acudí, sus ojos me pedían perdón mientras las huecas palabras flotaban entre nosotras, constantemente se disculpaba por no poder recogerme aun sabiendo que podría significar mi muerte, ella misma era consciente que justificar su denegación en el recorte de subvenciones no era justo, ni ético, ni debería ser legal, pero es la realidad más absoluta, no podían ayudarme porque no tenían dinero para hacerlo, para darme un techo, alimentarme y curarme las heridas físicas y emocionales que una relación dañina habían causado en mí.
Regresé a mi casa, a mi infierno particular, sin entender nada, había hecho lo que me pedían, lo que las asociaciones y el gobierno esperaban de mí, dejarlo, alejarme, denunciarlo y ahora… estaba sola, me abandonaban a mi suerte, de vuelta a una existencia de la que quería desertar, y que me exigían que abandonara, pero ¿cómo pretendía que lo hiciera?, sin dinero, sin fuerzas, golpeada y dolorida, sin una mano donde agarrarme, sin un apoyo al que aferrarme; no dejaba de preguntarme una y otra vez mientras intentaba encajar este nuevo golpe en mi mente, sin espacios donde guardar tanto dolor ajeno; y también rezaba, y rogaba por llegar pronto a mi hogar, aciago hogar, y que mi pareja no se enterase de mi frustrada huida, ya ni siquiera imploraba que no me insultara o golpeara sólo que no fueran a más al enterarse que no le quería por más tiempo en la vida que se había encargado de mutilar.
Los días siguientes los pasé encerrada en casa, después de la visita número incalculable a urgencias para que me cosieran, de nuevo, la ceja abierta debido a un golpe con una puerta, una puerta con nudillos y anillo de boda, sin embargo el golpe que más dolía eran las palabras de aquella mujer que resonaban con fuerza en mi cabeza, haciendo sangrar mi alma, algo que había conseguido mantener puro y sano hasta ese momento.
Encontré un pobre consuelo en mi aberrante y funesta situación, mis continuas visitas a urgencias, (mías y las de otras desdichadas que se quedaron sin “felices para siempre”) harían que se plantearan seriamente las últimas decisiones tomadas y rectificaran, se dieran cuenta del absurdo dolor que estaban causando y tendrían en cuenta la condena que estaban imponiendo, no podían hacer oídos sordos a las estadísticas que tanto gustan de utilizar para justificar sus medidas y volverían a dar cobertura emocional, social y física a las princesas sin reino que habían creado.
Otro golpe inesperado, sin sitio ya para encajarlo, no habría presión basada en datos “objetivos” porque mis visitas a urgencias no contabilizan, sólo acudo para coser una ceja o un labio partidos, corregir una luxación, escayolar una pierna o un brazo, limpiar laceraciones, contusiones y contener moretones… y sobre todo para seguir tomando antiinflamatorios, analgésicos, antibióticos e incluso antisépticos, por no hablar de los siempre presentes antidepresivos que me niego a que me dominen con el atontamiento que me provocan, nada que no requiera más que el tiempo de espera en la sala del hospital, nada más que una visita, casi rutinaria a estas alturas, al centro de salud del barrio, sólo unas horas y a continuar en mi dorada jaula de cristales rotos; mis heridas ya no ejercerán presión social y política porque ya no existo, mi nombre no importaba y ya ni siquiera seré un número que engrose las estadísticas, mis morados, mis huesos rotos, mi sangre y mi sufrimiento seguirá siendo callado, como antaño, el coste político de cambiar las leyes y protegerme (protegernos) es demasiado alto para admitir la necesidad de una enmienda, así que se opta por sacrificar el eslabón más débil, el que ya está hundido y obviarlo, para poder proclamar que las medidas acordadas funcionan.
Aunque lo intenten y nos oculten, aunque callen nuestras voces de dolor tras los papeles de sus manipuladas estadísticas y justifiquen la viabilidad de sus planes en mi provocado silencio, existo, existimos, sufriendo la tortura, la vergüenza, la humillación y el miedo, esperando a que otro sea quien decida, de una manera u otra, acabar con este suplicio, porque a mí me robaron esa opción.
La historia expuesta no pertenece a nadie en particular y sin embargo podrían representar la realidad de muchas mujeres (32.242 según la estadística de 2011 recogida en el I.N.E., a saber cuántas se quedaron del otro lado de la visibilidad!), lo que sí es cierto es el recorte en el presupuesto destinado a ayudar a las mujeres que sufren esta lacra y el cambio en la contabilización de esta situación, esos son los datos indiscutibles, lo demás… ojalá sólo fuera cruel fantasía.
Nenhum comentário:
Postar um comentário