quarta-feira, 13 de fevereiro de 2013

Hacia un nuevo sistema correccional


La demanda de más dureza y menos derechos en el seno del sistema penitenciario es una realidad social. El populismo punitivo tiene un poder de presencia enorme en la sociedad civil, aun cuando ésta desconoce la realidad carcelaria.
Desde hace tiempo se ha prestado una importante atención al delincuente: Sus motivaciones, su riesgo de reincidencia (anteriormente la mal llamada peligrosidad) y sus mayores o menores posibilidades de reinsertarse en la sociedad. Por lo general, los medios de comunicación y los intereses políticos aventan la manida frase “la reinserción social es un fracaso”, en un asombroso ejercicio de ignorancia (por desconocer), gandulería (por no esforzarse en contrastar datos) y cinismo (por no querer contrastar datos), cuyo resultado es, por una parte, el minado de la confianza en todos aquellos trabajadores del sistema penitenciario y, por otra, la expansión y alteración del Código Penal. Un Código Penal (el español) que, de poder hablar, pediría que dejaran de reformarlo cada dos por tres.
Los datos hablan por sí solos: la reinserción social, en términos estadísticos, es el objetivo que mayores resultados otorga a la hora de decidir cómo tratar al ofensor una vez es llevado a juicio. De entre la múltiples afirmaciones a aseverar, tenemos la siguiente: tarde o temprano, la persona condenada por un delito será puesta en libertad, y se hallará inmersa dentro de la sociedad. Exceptuando aquellos países cuya legislación contemple la pena de muerte o la cadena perpetua, la mayoría de Estados debe hacer frente a la realidad de que la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas que cumplen condena regresarán al lugar en el que por lo general cometieron el delito.
Tomando esta realidad como cierta, podemos desplazarnos a otros países para averiguar qué hacen ante esta abrumadora afirmación. En Noruega, los servicios penitenciarios rigen su modo de actuación respetando el principio de normalidad:
  • El castigo (o pena) es la privación de libertad; el ofensor posee el resto de derechos de un ciudadano normal.
  • En base a la afirmación anterior, el ofensor debe cumplir dicha pena bajo el régimen menos lesivo para él.
  • Teniendo en cuenta que el ofensor volverá a la vida normal, la vida que lleve en prisión debe ser lo más parecida a la vida que se llevaría extramuros.
El Servicio Correccional Noruego, en concordancia con numerosos criminólogos y psicólogos, considera este principio de normalidad un buen punto de partida a la hora de asegurar una exitosa reinserción social del ofensor, puesto que, si éste no viera que la sociedad y el sistema le tienden una mano, no sentiría ningún deseo de adaptación. Los lazos sociales y emocionales son una de las bases que inhiben al individuo de cometer actos gravosos contra los demás; en este sentido es en el que parecen actuar (en teoría) los sistemas correccionales democráticos.
La cárcel de Bastoy (isla noruega) es un recinto sin muros y sin apenas restricciones. Las “celdas” son sobrias habitaciones muy luminosas, similares a las que se puede encontrar uno en un hostal. La arquitectura y el mobiliario es agradable a la vista, y los colores claros, destinados a generar serenidad entre los presos y el personal interino, cuya convivencia con los ofensores crea una suerte de paz social entre vigilantes y vigilados inusual.
El motivo de haber creado esta prisión es el de probar de hacer lo contrario a lo que la penología ha estado llevando a cabo a lo largo de siglos de estudio; fracasó la ley del Talión; la Ilustración tomó de la ciencia lo mejor en muchos aspectos menos en el criminológico, lo que derivó en la concepción del delincuente como un enfermo sobre el que se cometerían miles de atrocidades; las dictaduras (y muchas democracias) han defendido la “tolerancia cero” hacia el delincuente, creyendo que era posible llegar a una tasa de delincuencia cero; poco quedaba por hacer.
En Bastoy, los ofensores emplean su tiempo libre en aquello que consideren mejor. El uso y gestión responsable de su tiempo brota de la mayoría de éstos como resultado del tratamiento psicológico combinado con el clima de normalidad que se obtiene de las instalaciones de Bastoy. La cadena CNN hizo un reportaje en Mayo del año pasado sobre dicha prisión. Esta prisión experimental y el sistema de justicia noruego en general recibieron mucha atención tras los ataques perpetrados por Anders Breivik.
El efecto psicológico y social de este tipo de prisiones es muy distinto a los que se aprecian en instituciones con niveles de libertad más restrictivos y ambientes más agresivos; el nivel de conflicto social que posee el preso por el crimen cometido se ve reducido al no encontrarse en un ambiente punitivo, sino conciliador. Son conscientes de que están cumpliendo una condena, pero también comprenden que su estancia en prisión es temporal. La privación de libertad posee un efecto devastador sobre las personas encerradas con independencia de las condiciones carcelarias, y el daño a la salud mental de dichas personas revertirá en la sociedad en la que convivan una vez les sea restituida su libertad de movimiento. Esos daños pueden ser variados, desde el desarrollo de fobias diversas (la claustrofobia sería la más común) hasta la pérdida total de la razón.
A este efecto, la revista “Psicólogo Australiano” publicó un estudio basado en un experimento sobre tres condiciones ambientales diferentes en prisiones australianas. El objetivo de la investigación fue averiguar si las relaciones y el comportamiento entre presos y guardias de seguridad están más relacionados con la personalidad o con el espacio en el que se relacionan. Experimento parecido pero no comparable al de la cárcel de Standford.
Existen otras cárceles experimentales: En Estiria, Austria, el Centro de Justicia Leoben propone un modelo de prisión menos agresiva y restrictiva que las convencionales.
A pesar de la lógica aplastante y del pragmatismo tras Bastoy, afianzado por sus alentadores datos sobre reincidencia (entre un veinte y un treinta por ciento de reincidentes en el país, y menos de un un veinte por ciento entre los presos de Bastoy), este modelo penitenciario encuentra una fuerte oposición en agentes sociales y otros postulados. Una de las falacias más usadas contra el principio de normalidad y el buen trato hacia los presos es la de que, si se vive mejor en la cárcel que fuera de ella, la gente hará lo posible por permanecer allí. La realidad carcelaria posee, sin embargo, una privación que no tenemos el resto de personas: la libertad.

Datos de interés:

Cragg, W. (1992). The practice of punishment
Redondo Illescas, Santiago Manual para el tratamiento psicológico de los delincuentes Ed. Pirámide, 2007

Criminología y JusticiaPosted: 09 Feb 2013 

Nenhum comentário:

Pesquisar este blog