Todas las cultura sin excepción, están construidas sobre bases sociales nomotéticas, que rigen la convivencia gregaria, estas bases comprenden el sistema de creencias cimentadas en la axiología de su microcosmos, que delimita su comprensión del mundo con relación a la interacción de los miembros de la cultura de que se trate.
Dicha nomotética social, se encuentra en diversas formas, algunas veces son meras costumbres y tradiciones, normas orales de trascendencia intergeneracional; así las culturas que muestran mayor entramado en su composición, cuentan con un sistema de normas emanado del poder político, sin que esto implique la inexistencia de normas positivas que no tienen ese origen, y que forman parte del imperio nomotético que delimita la actuación de cada uno de sus miembros.
Es así como se concibe la existencia de la ortoconducta, definida como el conjunto de acciones, encaminadas hacia la prevención y modificación de la personalidad antisocial, así como de conductas socialmente inaceptadas, es decir, la conducción comportamental correcta, el despliegue conductual con apego a la norma, cualquiera que sea su origen plenamente aceptada y reconocida como valor.
El ser humano construye incansablemente su base intangible, que le lleva al comportamiento de formas determinadas y precisas, la constitución psíquica referida aquí es producto de la interacción social y de la predisposición contenida en la base material de la conducta. La cual se moldea de manera funcional según la cultura en la que se desarrolle el individuo. La ortoconducta impregnada en la psique del ser humano, no ha de ser para su sometimiento, sino para lograr la armonía interpersonal con su entorno, misma que debería ser soportada en la simpatía, el altruismo y la compasión, que permita el respeto irrestricto de los derechos de los demás en todo su esplendor.
Las representaciones sociales de cada cultura dan forma a tales conductas. Sin embargo, el ejercicio del libre albedrío justificado por la razón particular de cada sujeto provoca el rompimiento inexorable de la ortoconducta psíquica, que debiera permitirle un desarrollo y convivencia armónica en la sociedad.
El ser-antisocial, “requiere” para serlo del rompimiento de la ortoconducta, como eje rector intangible en su psique, lo que le representa poder sobre los demás sujetos, poder que en muchas ocasiones se encuentra ligado al ser-antisocial mediante sentimientos de inferioridad, que requieren ser “apaciguados” ejerciendo acciones crueles, humillantes y vejatorias contra los demás, y que le representan satisfacción sádica en su acepción más amplia.
El ser-antisocial no actúa por la mera búsqueda de satisfacción de necesidades, sino por la saciedad de sus deseos carentes de refreno, se conduce hacia el logro del “bienestar” que le producen acciones instintivas de muerte, sacrificando el bienestar de los otros.
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