Llegado el momento en que el Secretario de Estado de Estados Unidos pide implicación en la lucha contra el cambio climático y habla de las responsabilidades de cada país sobre éste, quizá ya podamos afirmar que, efectivamente, el clima está cambiando.
Con todo, camino de la vigésimo primera edición de la Conferencia sobre Cambio Climático, a día de hoy pocos cambios se han producido en la política medioambiental. Aún se hace caso omiso del acuerdo de Kyoto y, con los acuerdos de la CoP20 en la mano, hay países como Tuvalu que saben que probablemente desaparecerán a consecuencia del aumento del nivel del mar.
Mientras discutimos en las mesas de negociaciones, sigue aumentando la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, continúa la extracción de petróleo y la cantidad de plásticos va a más. Además de la variación en el régimen de lluvias, los cambios en la temperatura son los más evidentes. La temperatura media va en aumento, afectando principalmente a las mínimas (es decir, las regiones frías se calientan más rápidamente que las zonas cálidas, que también lo hacen pero a menor ritmo). Ambos factores combinados dan lugar a sequías, tormentas, inundaciones, pérdida de cosechas y degradación del suelo. Estas alteraciones se van a ver reflejadas directamente en la manera en que las comunidades se relacionan con su medio y agravarán las consecuencias tanto a nivel económico (p. ej.: pérdida de cosechas), como a nivel social (p.ej. escasez de agua potable) y a nivel individual (p. ej.: inseguridad laboral o irritabilidad).
Estas nuevas relaciones comunidad/individuo-entorno natural, puede que incidan en nuestro comportamiento de manera negativa. Anderson & Delisi (2011) establecen tres niveles en los podría manifestarse una conducta violenta a consecuencia de los cambios en el clima: la primera tiene como protagonista al individuo en sí mismo; la segunda se refiere a los efectos indirectos que pueden poner en riesgo a los jóvenes; y la tercera supera el nivel individual y se vincula a las comunidades.
A nivel individual, las temperaturas anormalmente altas (olas de calor) o anormalmente bajas (olas de frío) pueden producir incomodidad física. Este malestar corporal se puede traducir en irritabilidad y cambios de humor y esto a su vez materializarse en actitudes violentas. A parte del malestar físico, también existen alteraciones psicológicas. Efectos atmosféricos desconocidos o extraordinarios (p.ej.: un huracán) pueden generarnos miedo e incluso pánico que nos lleven a cometer actos insensatos (p.ej.: hurtos en supermercados). En estos casos, la manifestación violenta ocurre en sincronía con el cambio de clima.
A largo plazo se manifestarían los efectos indirectos, principalmente en los jóvenes. Entre otros factores susceptibles de contribuir a potenciar un comportamiento violento podríamos mencionar: pobreza, malnutrición, desestructuración familiar, entorno desorganizado o inestabilidad social. Todos estos factores están interrelacionados y pueden verse agravados como consecuencia de alteraciones climáticas. Inundaciones o sequías que afecten de manera irreparable a la agricultura de una zona tendrán como resultado pérdidas económicas. Si estas pérdidas se traducen en destrucción de empleo y se mantienen en el tiempo, una parte de la sociedad se encontraría en situación precaria y de potencial riesgo de pobreza. La inestabilidad laboral y la falta de recursos pueden desencadenar otros problemas sociales a medio y largo plazo.
Si los primeros dos niveles se refieren al individuo en sí mismo, el tercero asciende un escalón hasta el nivel de comunidad. Como hemos visto, la situación económica (que puede verse mermada por pérdidas agrícolas pero también por el declive en la caza o la pesca) conlleva consecuencias directas en la comunidad en materia de poder adquisitivo, vivienda o disponibilidad de comida y agua. Esta inquietud se puede presentar en conflictos internos (manifestaciones, vandalismo, guerras civiles) o en migraciones (que también podrían desencadenar en conflictos –guerra, genocidios- con las comunidades de la localidad de destino).
La solución es compleja. A nivel global pasa por acuerdos intergubernamentales y la mitigación de las amenazas al medio ambiente. A nivel nacional, por políticas de gestión de los recursos naturales. Y a nivel local, por prevención y educación a los individuos. Y no, encender el aire acondicionado o la calefacción para aliviar los síntomas no es una solución: estaríamos emitiendo aún más gases de efecto invernadero.
Anderson , C. A. , & DeLisi , M. ( 2011 ). Implications of global climate change for violence in developed and developing countries. Chapter to appear in J. Forgas , A. Kruglanski , & K. Williams (Eds.), Social confl ict and aggression . New York, NY : Psycho logy Press
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